La Era del Guano
A
partir de 1840 se produjo un crecimiento espectacular de las exportaciones
peruanas, que habían estado a la baja prácticamente desde comienzo del siglo
XIX. El guano fue el principal protagonista, aunque no el único producto de exportación,
porque arrastró a un conjunto, entre los cuales destacaron los minerales, como
salitre, cobre; así como productos agroindustriales, como azúcar y algodón. El
crecimiento de la demanda de alimentos y materias primas en los países
desarrollados a mitad del siglo XIX era fruto de la industrialización
internacional. Esa expansión de la demanda mundial fue para el Perú republicano
una primera época de auge de las exportaciones de materias primas. Este ciclo
expansivo se sustentó en la renta del guano, que como producto era muy
especial, porque el Perú era el único productor mundial de un bien entonces muy
preciado en la economía mundial. Teníamos el monopolio mundial de un poderoso
fertilizante, en un momento que Europa y los EEUU atravesaban una revolución de
su agricultura y requería abonos con urgencia. Además, el guano también era un
producto singular, porque el Estado era el único propietario ya que estaba
situado en promontorios e islas. Así, el gobierno lo entregaba en concesión
para ser explotado a cambio de una regalía. Para imaginar su impacto debemos
pensar en cómo sería la economía peruana hoy si todo el petróleo del mundo
estuviera en unas islas al frente de nuestras costas y en manos del gobierno.
Por
su parte, la clase propietaria peruana estaba en declive económico desde hacía
casi un siglo. Las reformas de los Borbones habían significado el fin del viejo
monopolio comercial de los mercaderes de Lima. Luego, vinieron las guerras
europeas de fin del XVIII y la quiebra de las líneas habituales de transporte y
comercio. A continuación, fue el conflicto de la emancipación que fue muy
costoso para el Perú. Los comerciantes de Lima apoyaron al virrey y se
compraron el pleito de sostener económicamente la causa realista. Terminada la
guerra y habiendo perdido su bandera, se retiraron llevándose lo que quedaba de
sus caudales. De ese modo, en la Lima de los años 1820-1830 había desaparecido
la antigua opulencia. No había ricos y las fortunas se habían desvanecido. Por
esa razón, cuando empezó el auge guanero no había una clase propietaria peruana
que pudiera organizar el negocio. Así, el gobierno contrató la exportación del
fertilizante con casas comerciales inglesas que manejaban el comercio exterior
peruano desde la independencia. Los mercaderes españoles fueron reemplazados
por comerciantes ingleses. La famosa Casa Gibbs de Londres fue la concesionaria
de los mercados más lucrativos del guano y transcurrieron más de diez años con
este sistema. Después de décadas de recesión y retroceso económico, de pronto
el país se volvió muy rico y una montaña de billetes acudió a las arcas
fiscales.
Hasta
ese momento, el Estado se había enriquecido junto a las casas comerciales
extranjeras, pero la sociedad peruana participaba poco de los frutos de la
bonanza. El gobierno de Castilla había organizado la administración pública y
el país estaba más estable, pero todavía las actividades económicas estaban muy
retrasadas. Al terminar el primer gobierno de Castilla, fue el turno del
general Rufino Echenique, quien realizó una transferencia de parte de la renta
guanera a los particulares, a través de la deuda interna. La idea había sido
concebida por Castilla y la llevó a cabo Echenique, pero dio origen a un gran
escándalo de corrupción. Desde las guerras de emancipación y luego durante la
anarquía militar se habían acumulado muchas deudas del Estado con particulares.
Habían vales por doquier, fruto de confiscaciones para sostener a los ejércitos
en campaña permanente. Pues bien, se decidió pagar esos vales, pero hubo muchas
oscuras maniobras que permitieron su multiplicación y concentración en pocas
manos. Al final del proceso, la población estaba tan descontenta por la elevada
corrupción que hubo una sublevación conducida por los liberales y Castilla se
sumó para capitanearla y llegar nuevamente al poder. Esa segunda administración
de Castilla enfrentó guerras internacionales y también conflictos internos y no
fue tan positiva como su primer gobierno. Castilla gastó mucho en el ejército y
en montar una red de clientela política que sostuviera al régimen. De este
modo, llegados los años 1860, el Estado había consumido su nueva renta guanera
en gastos que no satisfacían las expectativas ciudadanas y el país no se había
desarrollado.
Por
ello, el segundo gobierno de Castilla decidió no renovar los contratos de
exportación del guano con las casas comerciales inglesas. Por el contrario, se
formó una compañía peruana que reunía a empresarios e inversionistas locales,
que se habían restablecido económicamente gracias a los bonos de la deuda
interna. También Castilla había pagado a cada propietario por la libertad de
los esclavos negros, proceso que sumado a la deuda interna había fortalecido a
la clase propietaria nacional. Desde 1860 y a lo largo de esa década, el
negocio del guano estuvo en mano de consignatarios nacionales. Ellos fueron los
grandes ganadores peruanos de la súbita riqueza que reposaba en los detritus de
las aves guaneras. Este grupo económico formó los primeros bancos peruanos,
invirtió en modernizar las haciendas de la costa y en promover la exportación
del azúcar y algodón. A través del Estado, que tejió una primera red de
servicios públicos, una porción del bienestar económico se transmitió al país.
Pero, la prosperidad también acarreó problemas económicos. En primer lugar,
trajo elevada inflación y alza de precios. Al entrar un elevado capital
arrastró una elevación de los precios internos. Quien ganaba en el sector
moderno podía defenderse, pero para todos aquellos que seguían trabajando y
ganando como antes, aumentó la pobreza. Los desequilibrios económicos se
acentuaron y hubo mucha tensión social. La riqueza de aquellos vinculados a la
economía guanera era muy notoria y aumentaron los conflictos con quienes se
sentían postergadas. El país aumentó su fragmentación. Peor aún, el guano hizo
que muchos sectores económicos alternativos pierdan interés. Por ejemplo, es
muy significativo que la minería de Cerro de Pasco no haya recibido grandes
inversiones en este lapso. En efecto, aunque en los años del guano hubo mucho
dinero en el Perú no se renovó la explotación de las minas del centro, que
habían sido muy rentables a lo largo de todo el siglo XVIII y lo volverían a
ser a fines del siglo XIX. La clase propietaria tuvo dinero y careció de
mecanismos para transformarlo en capital. En buena medida, el dinero se destinó
a la especulación financiera y se exportó. Los consignatarios le prestaban al
gobierno y se daba la paradoja de un Estado enriquecido pero endeudado con los
concesionarios de su fortuna.
Durante
el auge guanero, gran cantidad de barcos cargaban guano en las Islas Chincha y
desde allí se dirigían a su destino en ultramar, sea Europa, Norteamérica o
Asia. En ese entonces, la inmensa flota que realizaba las faenas del guano
compraba todos sus requerimientos en tiendas instaladas en El Callao. En ese
contexto, un irlandés emigrado al Perú, llamado William Grace, tuvo una idea
genial que lo convirtió en millonario. Grace alquiló un casco de barco viejo
para instalar una tienda que vendía de todo frente a las islas Chincha. Sin
viajar al Callao, los barcos podían encontrar en sus narices desde alimentos
secos y agua pura hasta velas, repuestos y pertrechos de mar. La acumulación de
capital que produjo este negocio fue muy rápida y en pocos años los Grace formaron
una empresa transnacional que se ubicó entre las primeras del mundo. Para esta
época, los Grace eran dueños de una gran compañía de transporte marítimo y de
numerosas empresas en diversos ramos de la producción. Además, tenían su sede
en Nueva York y sus negocios se ramificaban por toda América Latina. Esa fue la
única gran fortuna internacional construida sobre la renta guanera peruana.
Entre
1868 y 1872, durante el gobierno de José Balta, se concretó una idea que había
sido reclamada por los más lúcidos pensadores peruanos: transformar el guano en
ferrocarriles. La Revista de Lima, una sólida publicación intelectual heredera
del Mercurio Peruano, había sustentado la idea. El propósito era invertir la
renta guanera en una gran obra que debería cimentar la riqueza nacional a
futuro. Se había argumentado hasta la saciedad que el desarrollo nacional
requería infraestructura, para poner en los puertos nuestros productos de
exportación. Así, el gobierno emprendió la construcción de ferrocarriles. Balta
colocó la primera piedra de una serie de líneas ferroviarias, entre las cuales
destacaban las dos que tendrían duración hasta nuestros días: el Ferrocarril
del Sur, Mollendo – Arequipa, y el Ferrocarril Central, Lima – La Oroya. Estos
grandes proyectos ferrocarrileros construidos por el Estado fueron pagados con
créditos extranjeros contraídos contra la renta del guano. El constructor de
los ferrocarriles fue el empresario norteamericano Henry Meiggs, quien contrató
con el Estado una obra que salió muy costosa, tanto por las dificultades de la
geografía peruana, como por la elevada corrupción. Por su parte, la
construcción de los ferrocarriles fue formidable, porque los retos de la
naturaleza eran enormes y tanto el diseño como la ingeniería fueron obra de
titanes. Meiggs había trabajado en Chile, donde había construido el ferrocarril
de Valparaíso a Santiago, luego de un escándalo empresarial en San Francisco.
Meiggs había construido el muelle de este gran puerto norteamericano del
Pacífico, impreso bonos y estafado a gran cantidad de inversionistas. Al
estallar la crisis, huyó con toda su familia a Sudamérica y fue el gran
protagonista de la obra del Estado peruano en los ferrocarriles.
Las
clases populares tuvieron una participación segmentada del auge guanero. Hubo
trabajo en sectores modernos que antes no existían y en esos empleos se ganaba
un salario superior al de tiempos pasados. Además, hubo obras públicas y mayor
integración nacional. En esta época, la selva amazónica fue incorporada como
parte del país y se organizó la educación y la salud pública. A todas las
provincias llegó una época de mayor integración gracias a un Estado que
recuperaba alguna de las funciones que había cumplido el gobierno de los
virreyes. Pero, por otro lado, muchos artesanos habían quebrado, porque en la
era del guano todo se importaba. Sobraba plata y se prefería todo lo
extranjero. Por su lado, muchos empleos asalariados eran temporales porque se
contrataba obreros para construir ferrocarriles y en algún momento o se
terminaba la obra o se interrumpía por falta de dinero. De este modo, había una
masa inestable de trabajadores urbanos que entraba y salía de empleos
temporales y que padecía por la inflación general de precios y por la
inestabilidad laboral.
El
gobierno de Balta no era muy sólido y estaba integrado por elementos disímiles.
Su ministro de Hacienda había sido el joven Nicolás de Piérola, quien había
terminado con los consignatarios nacionales y contratado la venta del guano con
Augusto Dreyfus, un financista francés, quien quedó como monopolizador del
guano, a cambio de considerables adelantos para pagar la deuda externa y
construir los ferrocarriles. Esa decisión fue adoptada el año 1869 trastornando
la historia peruana, al quebrar el poder económico de los denominados “hijos
del país”. Este grupo había manejado a su parecer las finanzas y sometido al
Estado convertido en deudor. A la vez había amasado fortunas y se observaba un
uso poco productivo y muy dilapidador. Por ello, no eran queridos por el
público que sostuvo los propósitos de Piérola, quien carecía de vínculos con
los dueños del país de esos días. Pero, la decisión de Piérola de convertir a
Dreyfus en único contratista del guano también fue muy problemática para el
Perú. Depender de varios y nacionales no era muy positivo, pero depender de uno
solo y extranjero se mostró mucho peor.
El
conflicto desatado alrededor de la eliminación de los consignatarios nacionales
fue enorme y Balta no quería dejar el gobierno a sus rivales. Por ello, el
presidente se orientó a buscar un nuevo candidato militar que mantenga el
monopolio de los uniformados sobre el poder político. También integraba el
gobierno de Balta el coronel Tomás Gutiérrez, ministro de Guerra con planes
continuistas. Él no iba a permitir que entre un civil. De este modo, al
terminar el gobierno de Balta, las tensiones generadas por la era del guano
iban a provocar una gran conmoción nacional, porque las elecciones terminaron
en tragedia.
Durante
los años 1860 se había creado por primera vez un partido político civil bien
organizado. Su líder era Manuel Pardo y además de un estado mayor sólido, el
partido civil disponía de programa, estatutos, funcionamiento regular y
partidarios organizados en provincias. Era seguro ganador del proceso
electoral, pero ni Balta ni el ejército querían dejarle el poder. Hasta el
final estuvieron maniobrando en busca de un sucesor militar. Pero, al fracasar
sus planes se rompió la unidad en el gobierno y se precipitó un golpe militar
dirigido por el ministro Tomás Gutiérrez, quien era hermano mayor de otros tres
coroneles que controlaban el ejército. Ellos protagonizaron un golpe de estado
muy mal concebido. Apresaron a Balta y cuando encontraron oposición popular se
ofuscaron y asesinaron en prisión al presidente derrocado. En ese momento se
levantó el pueblo de Lima, los persiguió despiadadamente y luego de cazarlos
uno a uno los ultimó malamente. Fueron colgados de la torre de la catedral y su
cadáver ardió en una pila de la Plaza de Armas. Fue una orgía de sangre que
constituye uno de los motines más violentos de la historia peruana.
A
continuación, ingresó Pardo como triunfador del proceso político de 1872. Él
era un personaje singular. Nunca usó ropa de color, siempre se vistió de levita
negra con camisa blanca. Perteneció al tipo de ser humano llamado en la época
“caballero de levita”, que identificaba a los poderosos señores limeños:
abogados, comerciantes y financistas del siglo XIX. Pardo fue un empresario
capitalista muy exitoso. Hijo de una familia aristocrática, no rehuyó el
trabajo práctico, sino que obtuvo grandes beneficios de cuanta empresa
acometió. Fue consignatario del guano; gracias a su matrimonio con una dama de
la alta sociedad había integrado al círculo de los nuevos ricos. Muy
inteligente y activo, había estudiado Economía en Francia, fue presidente de la
Sociedad de Beneficencia, también fue alcalde de Lima y dispuso de muy buenas
relaciones con los sectores populares urbanos. Tuvo que llevar adelante una
dura lucha por imponer sus puntos de vista, no rehuyó el enfrentamiento, sino
fue un político enérgico y decidido. Tenía visión y proyecto.
Pero,
Pardo ingresó en un mal momento, porque los ferrocarriles se habían financiado
contrayendo grandes deudas en el extranjero. El Perú pedía dinero en efectivo
en los mercados financieros europeos y ofrecía como garantía las ventas futuras
de guano. Pero, en los años 1870 hubo una crisis mundial. Comenzó una etapa
recesiva internacional y los negocios se interrumpieron. En ese contexto,
quebraron grandes deudores internacionales porque no pudieron honrar sus
mensualidades. Entre este grupo de instituciones que se hundieron se hallaba el
Estado Peruano, que dejó de pagar a los tenedores internacionales de bonos. El
período del guano había traído ingentes sumas de dinero y, lejos de
transformarse en el desarrollo y la modernización soñados, había conducido al
país a la bancarrota.
Ante
la crisis, el gobierno de Manuel Pardo expropió las salitreras de Tarapacá en
un esfuerzo por reconstruir el monopolio que había significado el guano para el
Perú. Fue una gran paradoja que Pardo, el gran propulsor del uso racional de la
renta guanera, entrara al gobierno en el mismo momento que estaba quebrando el
sistema basado en el guano. El resultado de la expropiación decretada por Pardo
no fue exitoso, porque se sumaron animosidades importantes contra el Perú.
Primero, los salitreros británicos expropiados, luego los tenedores de bonos de
la deuda externa y tercero los capitalistas chilenos también expropiados. Esa
suma de enemigos poderosos llevaría a la derrota nacional en la Guerra del
Pacífico. Así, acabaría la orgía financiera propia de la era del guano de la
peor manera, con una costosa derrota en una guerra que significó la pérdida de
parte de la heredad patria. Lo que empezó como el sueño feliz del hallazgo del
tesoro se había transformado en la pesadilla de la invasión extranjera.
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